Cuaresma 2010 - Semana 2

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS



Génesis 15, 5-12. 17-18


Salmo 26


Filipenses 3, 17-4, 1


Lucas 9, 28b-36


La alusión "seis días después" con que comienza el relato evoca la definitiva Creación, y nos hace contemplar la transfiguración de Jesús como el Sábado definitivo. La escena ocurre en dos tiempos: en el primero predomina lo visual y los discípulos contemplan a un Jesús envuelto en luz y siendo punto de encuentro de dos personajes emblemáticos de la historia de Israel. Los acontecimientos son contados desde el punto de vista de los discípulos y su relación con los otros tres personajes es de distancia y no participación: la escena se desarrolla en pleno cielo y ellos aparecen fuera de ese ámbito y sin palabra. Si Pedro pide hacer una tienda para Jesús, Moisés y Elías, es porque la situación no es habitable para ellos que se encuentran fuera de ella.



En un segundo momento la situación se invierte: desaparece todo lo visual a favor de lo auditivo y ya no hay más punto de referencia que la voz del Padre que revela su relación con su Hijo en términos de complacencia y amor. La escena ya no acontece ante ellos, ahora la nube luminosa los envuelve y cubre como una tienda. Los discípulos están ya dentro de la escena, inmersos en el claroscuro de la nube. Los que al inicio eran sólo espectadores de la luz de la gloria divina, ya no ven sino que oyen, la voz se dirige a ellos y los invado un temor que los hace caer rostro en tierra. El imperativo que reciben no es a ver una imagen fija o medible, sino a escuchar una voz que no se sabe de antemano lo que va a decir. Tendrán que fiarse en obediencia, día a día, sin saber dónde los llevará ni cómo la encontrarán.



LA ASCENSIÓN A LA MONTAÑA



El segundo umbral de nuestra hoja de ruta es un paso de montaña. Lugar de encuentro con el misterio que nos fascina y nos aterroriza. Ascender será una manera de adentrarnos en la soledad del corazón. Porque subir a la montaña es iniciarse en la ascensión del corazón.



El corazón tiene sus pasos, sus veredas, sus desfiladeros y por todos ellos hay que transitar para ascender al encuentro de Aquel que siempre nos espera en la cumbre, entre nubes, inaccesible para los que no quieren arriesgar sus pies en la aventura.



Hay que tomar una decisión previa: con quienes queremos iniciar el ascenso, con qué apoyos humanos, con qué recursos. Si tenemos fortaleza de ánimo para el duro camino, para sortear los obstáculos, para confiar en Quien desde lo más íntimo del corazón nos guía.



Con Jesús, sus tres amigos emprenden la subida al monte de Dios, y nos invitan a tomar su mano y a acompañarles en la aventura. Animosos alcanzaremos con ellos la cima, pero sin saber lo que allí nos aguarda.



El carisma y la profecía coinciden de forma misteriosa en un horizonte de cruz. Por eso cuando la conversación de Jesús con ellos se hace más densa y peligrosa, cuando la sombra del fracaso se abre paso entre sus comentarios, nos entra miedo y nos sobrecogemos como los tres amigos, apegados a la tierra.



La Sombra del Altísimo nos cubre como a María y la Fuerza del Misterio nos levanta de nuestra ensoñación. No hay que hacer tres chozas, sino bajar a la llanura de Esdrelón y continuar la tarea de sanación y de anuncio.



El umbral de la montaña tiene doble dirección: subimos para bajar. Nos adentramos en el misterio numinoso de la Presencia para salir fortalecidos y seguir caminando junto a Jesús hasta el próximo umbral.



¿Sabremos o no sabremos atravesarlo?
 
 
AMDG:.::...