El sepulcro está Vacío...

La resurrección de Jesús es esperanza en primer lugar para los crucificados.

Dios resucitó a un crucificado, y desde entonces hay esperanza para los crucificados de la historia. No hay que olvidar que son hoy millones en el mundo los que no simplemente mueren, sino que de diversas formas mueren como Jesús "a mano de los paganos", a mano de los modernos idólatras de la seguridad nacional o de la absolutización de la riqueza. Muchos seres humanos mueren realmente crucificados, asesinados, torturados, desaparecidos por causa de la justicia.

Otros muchos millones mueren la lenta crucifixión que les produce la injusticia estructural. Existen hoy pueblos enteros convertidos en piltrafas y deshechos humanos por las apetencias de otras personas, pueblos sin rostro ni figura, como el crucificado. Por ello podrán tener el coraje de esperar su propia resurrección y podrán tener ánimo ya en la historia, lo cual supone un 'milagro' análogo a lo acaecido en la resurrección de Jesús.

En la cruz de Jesús ha aparecido en un primer momento la impotencia de Dios. Esa impotencia por sí misma no causa esperanza, pero hace creíble el poder de Dios que se mostrará en la resurrección. La razón está en que la impotencia de Dios es expresión de su absoluta cercanía a los pobres y de que comparte hasta el final su destino.

Si Dios estuvo en la cruz de Jesús, si compartió de ese modo los horrores de la historia, entonces su acción en la resurrección es creíble, al menos para los crucificados.

JON SOBRINO s.j.

Viernes Santo...

…Por sus heridas fuimos sanados…

“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Mientras los corderos pascuales sangran en el templo, muere un hombre fuera de la ciudad, muere el Hijo de Dios, asesinado por los que creen honrar a Dios en el templo. ¿Por qué se pregunta el pueblo que había puesto en el su esperanza? ¿Por qué… pregunta que late siempre cuando roza el dolor?

¿Por qué las victimas inocentes de la violencia bestial de los hombres? ¿Por qué la muerte de aquella persona indispensable para su familia? ¿Por qué ese pequeño ataúd con ese inocente que no llegó a conocer la vida? ¿Por qué la injusticia, el dolor sin culpa, las calumnias, el egoísmo desencadenado, las guerras, el odio racial, las masacres, los chicos deformes? Le exigimos a Dios que responda, que se justifique y sin embargo parece que callara y jugara con su silencio y nuestra espera.

Y este viernes Santo venimos a la cruz, trascendiendo toda razón lógica, buscando en ella lo que ni las palabras, ni los argumentos pueden contener. No venimos a contemplar un sufrimiento más grande que nos resigne, ni a presenciar un espectáculo macabro que nos distraiga de nuestro dolor.
Venimos y contemplamos a aquel que “para esto ha venido al mundo”, venimos y contemplamos al el "Rey de reyes y Señor de los señores" que como Siervo de Yahvé se nos presenta humillado y despreciado, varón de dolores, que ni siquiera tiene aspecto humano. Solidario con el pecado de la humanidad, pesan sobre él todos nuestros crímenes y entrega su vida para que poseamos la vida.
El Viernes Santo, desde su oscuridad y dolor es el día de la gran respuesta. Dios no ha venido a eliminar el dolor humano o a presentarnos un piadoso discurso sobre el sufrimiento. No nos da explicaciones, ha hecho algo más grande y más importante. Algo inexplicablemente divino. Ha venido a compartir, a participar, a cargar sobre sí el dolor de los hombres. Por eso lo que brilla con mayor esplendor en la cruz no es el pecado del hombre ni la cólera de Dios, sino su amor que no conoce medida.

El camino iniciado en la encarnación, “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros”, logra su plenitud cuando en la cruz se manifiesta que no solamente Dios está entre nosotros sino también en función de nosotros. Es la muerte del Buen Pastor que “da su vida por las ovejas... para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Es la libertad que se hace don de amor y no la consecuencia de la debilidad. “Doy mi vida para recobrarla de nuevo... yo la doy voluntariamente”.

Mirando la cruz comprendemos su vida y mirando su vida comprendemos la cruz. Asumió la muerte del mismo modo que asumió la vida toda: con alegrías y tristezas, conflictos y enfrentamientos. No buscó la cruz por la cruz. Predicó y vivió el amor y mostró lo que se necesita para que pueda haber amor.
Quien ama y sirve, no crea cruces para los demás, acepta y asume cruces: las propias y las ajenas. Anunció la buena nueva de la Vida y del Amor que transforma. Se entregó por ella y el mundo lo levantó en el madero de la cruz.

Sabía que se jugaba la vida y no temió perderla, prefirió ser consecuente antes que cobarde. Vivió apasionadamente y murió de la misma forma, en él todo fue pasión. Le perdió el respeto a la muerte y venció el temor que impide vivir con coraje el presente. Sólo se puede vivir con intensidad el momento presente cuando uno olvida los juicios, las historias, del pasado y deja de lado los prejuicios, las histerias y temores, del futuro. (El pasado es como el diario de ayer: se lee y luego se tira para que sea reciclado; no se pierde nada de el, pero no lo volvemos a leer, nos interesa en la medida en que es actualidad. Y el futuro es una novela por escribir, la iremos escribiendo poco a poco, página a página, es un quehacer, un porvenir que nos irá sorprendiendo en la medida en que lo vivamos. Lo que importa es el presente.) Cuando la nostalgia del pasado ocupa el puesto de la esperanza del futuro la crisis del presente está servida.

La cruz fue consecuencia de un anuncio nuevo y total. El no huyó, no contemporizó. Continuó amando, a pesar del odio. Fue crucificado por fidelidad a Dios y crucificado por los hombres y para los hombres por amor y fidelidad a los hombres.
Su dolor transfiguró el dolor y la condenación a muerte, haciéndolos un acto de libertad y de amor, un acceso posible a Dios y un nuevo vínculo con aquellos que lo rechazaban. “Padre no saben lo que hacen” Perdonó: la forma dolorosa del amor. “Te encomiendo mi espíritu”: total olvido de sí mismo en la entrega confiada a Aquel por quien se puede arriesgarlo todo. Perdón y confianza, las formas por las cuales no dejamos que el odio y la desesperación se queden con la última palabra.

Morir así confiado y entregado ya nos revela la resurrección, que es la plenitud de la Vida, presente dentro de la vida y de la muerte.
Morir así es vivir. Dentro de esta muerte de cruz hay una vida que no puede ser destruida. Ella está oculta dentro de la muerte. No viene después de la muerte. Está dentro de la vida de amor, de solidaridad y de coraje para soportar y de morir. La cruz es hora de pasión, pero también de glorificación. Pasión y resurrección, vida y muerte. Vivir y ser crucificado así por causa del amor, de la justicia y por causa de Dios, es vivir.

La muerte de Cristo no es sólo el morir de un hombre, es revelación del amor de Dios en el mundo; ésta es ofrenda de vida para el hombre, es un soplo del Espíritu.
¿Dónde está muerte tu victoria? Eso es la cruz: la señal del sufrimiento de los hombres que Dios recibe para cargar sobre sus espaldas. Dios se ha posesionado de todo dolor para abrirlo desde la resurrección a la esperanza. La última palabra siempre la tiene Dios y es palabra de triunfo.

Vivir así es vivir ya la resurrección, es vivir a partir de una Vida que la cruz no puede crucificar. Sólo podemos afirmar esto de cara a la cruz, mirando hacia el Crucificado que ahora es el Viviente.
Es la gran paradoja de este día: el que muere como un esclavo es reconocido por la fe como el hombre nuevo que hace nuevas todas las cosas, con un nombre sobre todo nombre. En la cruz se entierra el pasado termina el imperio del pecado y de las tinieblas y comienza la era de la luz y de la vida.

Es la gran paradoja de este día. La muerte no es el límite; sino el trampolín, el reto para la vida y la libertad.

Es la gran paradoja de este día: la vida sirve para desvivirse en ella. La recobramos en la medida en que la perdemos, perderla es ganarla. Quien interpreta así la vida crece en libertad y puede ser fiel en cada instante de su existencia; sabe que lo puede ganar todo y no teme perder nada, porque nada pierde el que todo lo dio.
Es la gran paradoja de este día: la vida no se vende al mejor postor, sino que es de aquel que apuesta por ella. Quien vende su vida pierde su historia. Tan solo hay dos formas de ser y estar en este mundo: viviendo la vida o dejando que otros te la dicten y vivan. O como autor y actor de tu propia existencia o como un pasivo representante de la misma.

Es la gran paradoja de este día: la debilidad es fortaleza y la fortaleza es vulnerabilidad que nos hace permeables a ser amados y amar, orgullosos de sentirnos necesitados. En la cruz el amor auténtico ya fue probado y no será mera posibilidad humana, sino don fecundo de Dios y la muerte no es más el fin de una existencia, sino el momento que la hace camino para la Resurrección.

Contemplemos hoy la Cruz de Jesús con silencio emocionado y reverente. Que el sufrimiento y la muerte del inocente Jesús y de tantos otros, no nuble el misterio de amor inconmensurable del Padre que en su hijo se entregó a la humanidad “nos amó y nos salvó” abriendo un nuevo capítulo de las historia que nos toca escribir a nosotros.

Para discernir

¿Qué personas y realidades concretas voy a colocar hoy a los pies de la Cruz?

¿Qué pecados quiero crucificar en la Cruz de Cristo?


¿Qué impulsos de amor, de perdón y de servicios, hacia personas concretas, siento hoy en comunión con el Crucificado?

Seguimos reflexionando...

LLAMADOS A SER TESTIGOS DEL CRUCIFICADO Y RESUCITADO

Entramos a la semana santa y la celebramos en un contexto y realidad particular que nos invita a preguntarnos y responder con seriedad y profundidad estas preguntas: ¿Quién es Cristo para mí?, ¿Soy Cristo para los demás?, ¿Son los demás Cristo para mí?

Ignacio de Loyola en la experiencia de los Ejercicios Espirituales nos invita a hacernos presentes a los misterios de la pasión de Jesús y a fijarnos y poner nuestra mirada en la persona de Jesús doliente y sufriente, y considerar lo que Cristo Nuestro Señor padece en la humanidad o quiere padecer, según el hecho de la vida de Jesús que se contempla…y preguntarnos qué debo yo hacer y padecer por él.

El desafío y reto que tenemos es acompañar y estar cerca a Jesús y por tanto acompañar y estar cerca a los Cristos dolientes y sufrientes hoy. La tentación que nos asalta tanto de forma agresiva como sutil, es a huir y evitar toda situación que sea dolorosa y produzca cualquier tipo de sufrimiento en nuestra vida. Ante Cristo crucificado estamos llamados a situarnos frente al dolor y a aprender a acompañar y estar al lado de los que sufren más hoy. El dolor no es neutral. Hay que optar frente a él. Constatamos que existe un dolor cotidiano que nace de nuestras propias limitaciones y contingencias, y otro dolor causado y provocado por situaciones inhumanas de injusticia y de toda clase de violencia y que tiene causantes.

Vivimos en tensión entre lo que somos y lo que deseamos ser, entre lo que queremos hacer y lo que de hecho hacemos, y sentimos impotencia ante una realidad que no podemos cambiar. Este dolor se expresa en tristeza, miedo, aburrimiento, asco y ausencia de Dios, como sufrió Jesús en Getsemaní (Lucas 22,39-46).

Acompañar a Jesús en su dolor y en su pasión es propio del discípulo. Jesús estuvo siempre dispuesto a salir de si mismo frente a la necesidad y sufrimiento de los demás, especialmente de los pobres, enfermos, viudas, desposeídos y excluidos de su tiempo. Jesús siente y tiene compasión frente al hambre de la gente, se conmueve frente al dolor, acoge a los rechazados y se identifica con aquellos que más padecen todo clase de sufrimiento.

El seguimiento de Jesús pasa por la realidad de la cruz. El auténtico seguimiento tiene que ser lúcido y realista, pues significa seguir a Jesús pobre y humilde en el servicio y entrega solidaria a los pobres y humildes de nuestro pueblo.

El miedo frente a la realidad de la cruz nos puede paralizar. Jesús vivió la cruz en toda su desnudez y abandono. Experimentó en su propia existencia la palabra que dijo a sus discípulos: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no produce fruto (Juan 12,24-25).

Pero la vida de Jesús no termina en la muerte, sino que Jesús triunfa sobre la muerte y resucita. Por eso nosotros estamos llamados a ser testigos del crucificado y del resucitado, considerando que el resucitado es el crucificado y que el crucificado resucita.

Feliz pascua de resurrección
Benjamín Crespo, S.J.
Director de Pastoral

Jueves Santo

Nos amó sirviendo y nos salvó amándonos...

Después de haber experimentado la humanidad tantos fracasos, ¿Podemos esperar un nuevo amanecer para el mundo, una transformación de nuestras costumbres y relaciones, un surgir de la paz que sea fruto de la verdad y la justicia?

El ritual de la Pascua es la memoria histórica del pueblo de Israel que, esclavo en Babilonia, quiere responder a los anhelos de libertad. Al principio, la Pascua y los Panes ázimos eran dos fiestas distintas. La Pascua, de origen preisraelita, era una fiesta de pastores para celebrar, en la primavera, el nacimiento de las ovejas, y utilizaban la sangre para ahuyentar a los malos espíritus; la de los ázimos, era una fiesta agrícola que comenzó a ser celebrada, cuando Israel entró en la tierra prometida y solamente después, de la reforma de Josías, fue integrada a la Pascua.

La liberación de los antepasados de Egipto, era el comienzo de una nueva vida. El compartir será el pilar de esta nueva sociedad. La Pascua es el fin de los días de opresión, días de hierbas amargas. El pueblo tiene apuro, no hay tiempo que fermente la masa para el pan y está preparado para el viaje que lo llevará fuera de la esclavitud. Pascua es la gran fiesta de la liberación de la servidumbre y de la muerte, donde la sangre del cordero juega una función redentora. Pero la salvación, a medida que se desarrolla la revelación, será salvación del pecado.

"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo"
Jesús se reúne con sus discípulos. La cena de aquella noche era la cena del pueblo liberado, la gran fiesta del pueblo de Israel que se reunía para repetir y volver a hacer presente que el Señor, con brazo poderoso, liberó las débiles tribus hebreas de la esclavitud del faraón. El Señor había hecho suya la causa de los pobres , para hacerlos salir hacia una nueva tierra, una tierra que había de ser construida en la solidaridad, en la justicia, en la fraternidad.

La carne de aquel cordero, asada y comida sin perder tiempo, las verduras amargas de la aflicción, son los signos repetidos año tras año, que le recuerda al pueblo quién es el Dios en quien hay que creer, quién es el Dios verdadero.

Jesús y los discípulos, seguramente desde pequeños, han celebrado este memorial, y han repetido la memoria del Dios que libera, del Dios que siempre se coloca a favor de los débiles. Pero esta noche, el memorial de la liberación está tomando un sentido nuevo, un significado distinto, porque en el horizonte cercano, se vislumbra ya la muerte, el término de aquella historia de entrega total, de anuncio de una nueva manera de vivir, de proclamación del amor infinito de Dios para todos los hombres.

El evangelio de Juan no habla de la Eucaristía como lo hacen los sinópticos. Para Juan, la Nueva Pascua tendrá como fundamento el amor y el servicio. En este contexto, como primer gran signo; Jesús se levanta de la cena y se pone a lavar los pies a los discípulos.
La vida entera de Jesús está resumida en este gesto : sus palabras, sus milagros, su amistad con los pecadores, su llamada a la conversión, su defensa de la verdadera vida humana, su simplicidad y su fuerza, su muerte, toda su vida es vida de comunión con los hombres, de servicio.

"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo".
El gesto de Jesús tiene la cruz en el horizonte. Se quita el manto, así como le serán quitados los vestidos, los amigos e incluso su vida misma, en la última y más grande manifestación de su amor. El lavado ritual de los pies para purificarlos, que habitualmente hacían los esclavos, es eco de todo el evangelio: la purificación del leproso, la liberación del endemoniado, la curación del ciego, la resurrección del joven, la libertad vivida y comunicada. La vida entera de Jesús, su muerte y resurrección, han sido la purificación del hombre, la recuperación de nuestra vida, la liberación de nuestras esclavitudes, la nueva realización de la paz, la alegría, la esperanza, la libertad fundadas en un amor de servicio. La purificación para poder sentarse a la Mesa del Reino, donde los hombres se sirven unos a otros; la humanidad renovada en el amor.

Los que quieran ser sus discípulos también tienen que hacerlo. Es la primera respuesta a aquella pregunta que, ante este gesto y el anuncio de su muerte, anidaba en el corazón de los discípulos. La muerte de Jesús, muestra cuál es la manera de vivir que realmente merece la pena: poner la vida entera a los pies de los demás, al servicio de los demás. Él lo hizo totalmente: su cruz constituye el testimonio definitivo.

Y después, Jesús, realiza otro gesto. Toma pan, toma el vino, y lo parte y lo reparte a sus discípulos y nos invita a repetir esta comida, y a reconocer su presencia permanente, viva, activa, transformadora para todos.
Es la segunda respuesta a la pregunta sobre el sentido de su muerte. En ese gesto de amor tejido sobre el pan y el vino: el alimento y la alegría, la carne y la sangre; Jesús, se deja a sí mismo para permanecer siempre con los suyos, para que nunca se encuentren solos ni desamparados en medio del duro combate de la vida y reciban fuerza para amar y entregarse hasta la muerte.

El pasado se mantiene vivo y nos proyecta hacia el futuro. Con el lavatorio de los pies, Jesús nos muestra quién es Dios; no el soberano sentado en un trono lejano, sino el Dios que en Jesús se ha puesto al servicio del hombre. Con el gesto de lavar los pies, Jesús ha elevado al hombre hasta Dios, ha hecho a todos iguales y libres. Sus discípulos tendremos la misma misión : crear una comunidad de hombres iguales y libres. El poder que se pone por encima del hombre, se pone por encima de Dios. Jesús destruye toda pretensión de poder humano, que no es un valor, al que Él renuncia por humildad, sino una injusticia que no puede aceptar.

Jesús, desde este nuevo mandamiento y desde su presencia en los dones de pan y vino, le dejó a la comunidad de sus discípulos la posibilidad de vivir siempre la nueva alianza con el Dios Salvador, como realización del Reino definitivo que había anunciado y realizado. La experiencia comunitaria vivida originalmente por los discípulos es entrar en el destino histórico de Jesús, que es la historia misma de Dios, su Reino, que se realiza definitivamente en la manifestación suprema del amor hecho servicio generoso y cotidiano.

Jesús que expresó la grandeza de su amor con su propia vida, nos muestra la medida del verdadero amor. La medida de nuestro amor a los demás es la medida en que Jesús nos ha amado y esto que parece imposible se puede hacer realidad si nos identificamos con Él .
Cuando nos reunimos y comemos este pan y bebemos este cáliz, proclamamos a Jesús, muerto por amor, vivo para siempre a nuestro lado, fuerza para nuestro camino de hombres y mujeres que queremos seguirlo y seguimos buscando un mundo y una vida distinta.

Comulgar con Cristo, supone comprometerse como Él a aceptar el papel de servidores en favor de todos . Para el discípulo, la construcción de un mundo solidario y justo está esencialmente ligada con la celebración de la Eucaristía. Sin justicia no hay Eucaristía, y no hay justicia que redima sin Eucaristía que la sostenga.

El amor de Jesús es el mismo amor con que Dios ama a los hombres; Dios ama a los hombres "lavándoles los pies". El Dios que nos muestra Jesús es un Dios servidor de los hombres, que acepta estar por debajo de éstos para, desde abajo, poder levantarlos, elevarlos. En esta nueva humanidad, todos los hombres son igualmente señores, porque todos son igualmente servidores; y quien quiera ser discípulo no tiene otra tarea que continuar sirviendo para continuar creando condiciones de libertad, de igualdad, de fraternidad entre todos los hombres.

La comunidad cristiana verdadera, se define por su capacidad de servicio, y no por la grandeza de sus estructuras, ni por el brillo de sus logros. Sentirse hermano del otro, es sentir la alegría del servicio que nunca es humillación, sino verdadera grandeza. El servicio, vivido desde la fraternidad, convierte al cristiano en otro Jesús y la vida diaria en manifestación del Reino.

Para discernir

¿Vivo cotidianamente la unidad entre el gesto del lavado de los pies, la Eucaristía y la muerte de Jesús en la Cruz?

¿Qué servicios concretos me está pidiendo Jesús en este momento de mi vida?

¿Qué gestos concretos de amor humilde y servicial podría hacer para aliviar el dolor de mis hermanos que sufren y para dar repuesta a sus necesidades?



Miercoles Santo...

…El Hijo del hombre será entregado…

Hoy, miércoles santo, leemos el tercer canto del Siervo. Sigue ladescripción de la misión del Siervo, pero con una carga cada vez más fuerte de oposición y contradicciones. La misión que le encomienda Dios es: saber decir una palabra de aliento al abatido. Pero antes de hablar, antes de usar esa lengua de iniciado, Dios le despierta el oído para que escuche.
También aquí triunfa la confianza en la ayuda de Dios, y con un diálogo muy vivo muestra su decisión de seguir adelante.

La comunidad cristiana vio a Jesús descrito en esos cantos del Siervo. Su entrega hasta la muerte no es inútil: así cumple la misión que Dios le ha encomendado, al solidarizarse con toda la humanidad y su pecado.
En el evangelio, leemos la traición de Judas según Mateo. Precisamente cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida con los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición por treinta monedas, que es el precio de un esclavo.

Sin dejar de pensar en lo que se acerca, Jesús ha previsto esta comida de Pascua con sus discípulos, porque su tiempo está próximo. No es una comida improvisada al azar: será una "comida pascual" evocando toda la tradición judía. El pan sin levadura, evocaba la salida rápida de Egipto, en la que no hubo tiempo de dejar fermentar la masa: comida festiva cantando una liberación.
En medio de este gesto religioso de profunda amistad, Jesús toma la iniciativa, y anuncia la presencia de las som bras de la traición. Esto provoca en cada uno de los discípulos tristeza e inseguridad. La entrega y donación absolutamente gratuita de Dios y de su Hijo, se transforman en entrega traicionera, ventaque desvaloriza el don, por un precio absurdo. Aquí es la codicia, lo que se presenta como el motor capaz de querer frustrar la amistad, y el querer del Dios de la vida. Lo traicionará aquel que coma de su mismo plato.

Jesús hace un gesto "de comunión": para un hebreo, tender a alguien el plato, es hacer un gesto simbólico de amistad. De parte de Jesús, no hay ninguna condena, sino que permanece su ofrecimiento de amistad. Jesús coloca a Judas ante su responsabilidad. Es Judas solo, el que se condena, al rehusar la tentativa de su amigo. Jesús estaba habituado a "comer con los pecadores", y esta tarde, no ha rechazado a un pecador... es Judas quien lo ha rechazado.

Él, como el resto de los apóstoles, esperaba de Jesús la instauración del Reino de Dios, en este mundo; y soñaba, al igual que los hijos del Zebedeo, ocupar un puesto de prestigio. Creía quese trataba de un reino como los de este mundo y lo seguirá buscando a su manera. El demonio tienta a querer cosas buenas, pero por el camino inadecuado. Pecado es procurar conseguir cosas buenas por camino equivocado.

No era más interesado o pecador que el resto de los Doce, todos acabaron abandonando a Jesús o negándole. Ninguno de ellos había experimentado todavía la conversión.
Toda traición siempre dice relación a un amor, a un vínculo, a un proyecto. En la medida que no respondemos al amor, actuamos en dirección opuesta. En la medida que no cuidamos un vínculo, nos desvinculamos. En la medida que no estamos de acuerdo con el proyecto en el que estábamos comprometidos, la traición se presenta en el horizonte. El seguimiento de Jesús es por un amor que crea un vínculo y que nos hace comulgar en un proyecto.

Un discípulo sin la fuerza y la pasión del amor, sin la fidelidad del vínculo y sin la claridad que exige asumir el proyecto de Jesús, será una mina de traiciones, desilusiones y amarguras. Aunque justifiquemos la traición, frente a ella nuestra alma quedará siempre herida.
El proyecto de Jesús está sometido a la libertad de nuestras opciones. Dios no puede ni quiere tocar nuestra libertad y acepta la posibilidad de nuestro rechazo.

La libertad siempre se ilumina y cobra verdad desde el amor. Junto a la libertad de entregar, de traicionar aparece la libertad de entregarse, de darse, que sólo se da en la perspectiva del amor.
Junto a la libertad humana, también se nos muestra la libertad de Dios: su omnipotencia, que es amor que se entrega desde su propio Hijo para que no seamos determinados para siempre por el pecado. Valorar este amor gratuito, conocerlo en profundidad y confiarnos en él hacen crecer en nuestra vida, un amor que supere la tentación de la traición y que sea capaz de levantarse arrepentido y confiado aún cuando se haya defraudado el amor de Aquel que nos amó hasta el fin.

Cada Eucaristía, es también una comida en la que Jesús nos ofrece la comunión con El. Cada misa es un gesto de Jesús hacia los pecadores que somos nosotros, siempre que no nos excluyamos nosotros al rechazar su amor.

Para discernir

¿Cómo se sigue repitiendo hoy la traición de Judas?
¿Cómo me preparo para comenzar mañana la celebración de la Pascua?
¿Qué me falta hacer?
¿Qué me invita a revisar este texto en mi relación con Jesús?

Martes Santo...

…Serás la luz de las naciones…

El Siervo , en el segundo «canto» de Isaías es llamado por Dios desde el seno de su madre , con una elección gratuita, para que cumpla su proyecto de salvación.
Dos comparaciones describen al Siervo: será como una espada, porque tendrá una palabra eficaz, y será como una flecha, que el arquero guarda en su aljaba, para lanzarla en el momento oportuno. La misión que Dios le encomienda es, reunir a Israel y ser luz de las naciones para que la salvación de Dios llegue hasta el confín de la tierra.

En este segundo canto aparece ya el contrapunto de la oposición. El Siervo, no tendrá éxitos fáciles y más bien sufrirá momentos de desánimo. Lo salvará la confianza en Dios. Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y salvar a todos.

En el contexto de esas palabras del profeta, se entiende el relato del Evangelio de hoy. Jesús anuncia a los discípulos que uno de ellos lo traicionará. Pero esa traición no será ocasión de muerte sino de vida. La traición será el momento de la glorificación de Jesús.
La intimidad, la traición instantánea y la traición diferida, se dan cita en esta cena que anticipa el final. Judas lo traicionará deliberadamente, participa del alimento del Maestro, pero no comparte su vida, no resiste la fuerza de su mirada. Por eso "sale inmediatamente". No sabe y no puede responder al amor que recibe.

Pedro también lo traicionará; no ha entendido que no se deja amar, ni tampoco deja amar : quiere que Jesús no muestre el amor por todos los hombres. No comprende el sentido de la muerte de Jesús. Seguir a Jesús no consiste en dar la vida por Él, sino en darla con Él, Jesús que muere por todos los hombres. También sus otros seguidores traicionarán su confianza huyendo al verlo detenido y clavado en la cruz.

Sin embargo, Jesús traicionado, permanece fiel. Abandonado por todos, no pierde su confianza en el Padre: «ahora es glorificado el Hijo del Hombre... pronto lo glorificará Dios».
Jesús entre contradicciones, nos muestra que cuando una obra está marcada con la justicia del Padre, éste se encargará de no dejarla morir, pese a las amenazas. Es la fe en su Padre, lo que lleva a Jesús más allá de la traición y la derrota.


En la iglesia de Jesús, hay que acostumbrarse a vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al evangelio. Pero sobre todo, no nos extrañemos, que la traición esté rondando nuestra propia casa. La traición puede generarse en cada uno de nosotros, cuando llegamos a olvidar, lo que motivó cada momento de la vida de Jesús, y lo que lo llevó a la muerte: el amor a todos los hombres.

A nuestra medida, todos llevamos un Judas dentro. Aquél que, suponiendo que está cerca, en realidad, está lejos... o muy lejos de Jesús y de su Evangelio. El que, básicamente, traiciona su amistad, su confianza, su misión. El que se vende al mejor postor porque sólo lo busca por interés.

También a nuestra medida, todos llevamos un Pedro dentro. El de las palabras bonitas, pero todavía superficiales. El que se justifica por pertenecer a un grupo, Iglesia, Parroquia, Congregación, Movimiento, Grupo, pero en el fondo no vive el amor por todos los hombres.
Tan cerca y tan lejos, Judas, Pedro y los demás discípulos que lo abandonan; cada uno según su forma representan esa parte de nosotros que aún necesita convertirse. “Era de noche” dice el Evangelio. Y lo sigue siendo cuando vivimos ahí, porque estamos hechos para cosas mayores.

Quien quiera seguir a Jesús, se tendrá que identificar con el amor, pero no un amor de sólo manifestaciones externas que se agotan, sino un amor como principio e identidad de vida, un amor que no se agota y que significa entrega, comprensión.
En esa noche, “el discípulo que Jesús amaba” , reclina la cabeza sobre el pecho de Jesús. Es un signo del conocimiento íntimo y profundo, del amor y la entrega, de la necesidad y la confianza.


Ante la posibilidad de nuestra fragilidad se nos invita a vivir cerca del corazón de Jesús. Este debe ser también nuestro hogar. Llega la “hora” de Dios, dejémonos empapar de su eterna ternura y veamos toda la realidad, las personas, los acontecimientos, con los ojos y el corazón del siervo, que da su vida por todos y cada uno de los hombres.

Para discernir

¿Hasta donde doy mi vida por el Señor?
¿Pretendo méritos personales que justifiquen mi amistad y el amor de Jesús?
¿Qué significa su pasión?
¿Me dejo salvar por Jesús?

(Texto enviado por la Vicaría Pastoral del Arzobispado de Buenos Aires)

Lunes Santo...

…El no levantará la voz…


Entramos en la Semana Santa, seis días antes de la Pascua, en la cena en Betania. Comienza la cuenta regresiva para la muerte de Jesús. Estar en el lugar “donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos”, conecta lo que acababa de suceder –la experiencia de fe en la resurrección- con la Pasión de Jesús que está por comenzar.

Vamos a hacer en primer lugar un camino desde el amor y la adoración, dejándonos llevar por la imagen de María. Ella tomando la iniciativa, le rinde el homenaje de su cariño: lo unge con perfume de nardo puro, importado, y en abundante cantidad. Su costo de “trescientos denarios”, es el equivalente de trescientos jornales para quien trabaja en el campo. ¡Era mucho dinero! El amor agradecido de María, es un amor que se desborda completamente.

Pero también descubramos que en este camino , no todo es amor. En el mismo lugar, está Judas Iscariote, que reacciona negativamente frente al gesto de María de Betania. El reproche que hace, refleja su incapacidad de ver más allá. Además, las motivaciones de Judas son ocultas e interesadas, está pensando en sus propios intereses.
Jesús le va a dar la correcta interpretación al gesto de María: “Para el día de mi sepultura”. Este es el gesto de fe, de una persona que ha centrado todo en la persona de Jesús, y ha entrado en el misterio de su Cruz.

Reafirmará Jesús con la frase “porque pobres siempre tendrán con ustedes”, que no es una negativa para el servicio a los pobres, sino precisamente lo contrario, el efecto de la muerte de Jesús en el corazón redimido por Él, se expresará luego en el amor a los hermanos . La Cruz de Jesús purifica y encamina todo amor. Judas va en contravía de esta propuesta.
Finalmente, entran en escena los sumos sacerdotes, quienes también reaccionan negativamente frente a Jesús, porque muchos judíos se les iban y creían en Jesús.
Judas, es incapaz de abrirse al amor. Los sumos sacerdotes son incapaces de creer, aún frente a la evidencia. Es así como en torno a Jesús, surge el conflicto entre los que aman y buscan la vida, y los que solamente piensan en tramar acusaciones, trampas y muerte.

Frente a la fuerza de la amistad, se revelan también los secretos motivos ocultos de la mezquindad, la superficialidad y la maldad que también habitan en el corazón del hombre. Este es el pecado: no querer dejarse interpelar, ni llamar, ni transformar por el lenguaje del amor de Jesús.

Para discernir

¿Calculo mi entrega al Señor?
¿En qué le mezquino mi entrega?
¿Dónde no lo dejo llegar?
¿Con cuál de los dos discípulos me identifico más? ¿Por qué?

Domingo de Ramos...

Bendito el que viene en Nombre del Señor...

Jesús entra en Jerusalén para dar cumplimiento al misterio de su muerte y resurrección. Todo el esfuerzo cuaresmal de conversión está focalizado este domingo en torno al momento crucial del misterio de Cristo y de la vida de todo cristiano: la cruz. Este es el centro de la liturgia de este día que encuadra la procesión de los ramos.
Los olivos no son un talismán contra la posibilidad de la desgracia; al contrario son el signo de un pueblo que aclama a su Rey y lo reconoce como el Señor que salva y libera. Pero su realeza se manifiesta de un modo desconcertante en la cruz. En este escándalo de humillación, de sufrimiento y de abandono se cumple el designio salvífico de Dios. La cruz como obediencia al Padre y solidaridad con todos los hombres. El sufrimiento del siervo del Señor lo lleva a la gloria.


El camino que Jesús emprende para salvar, se pone en contraposición con las más razonables esperas humanas porque no elige ni la fuerza, ni la riqueza, sino la debilidad y la pobreza.
La cruz se presenta con todo el peso de una fuerza que aplasta al justo por excelencia y que pareciera que da razón al poder de la injusticia, de la violencia, de la maldad. Ante el impacto de la cruz sobre el justo la fe vacila y surge inexorablemente la pregunta: “por qué”, “por qué tanto sufrimiento y dolor tiene que soportar Jesús, el crucificado y con Él todos los crucificados de la historia”.
Con la cruz desaparecen todas las falsas imágenes de Dios que el hombre ha creado y tantas veces sigue inconscientemente alimentando.
¿Por qué Dios no interviene en tantas situaciones intolerables e insoportables? ¿Dónde está su omnipotencia, su perfección, su justicia?

La gran paradoja sólo desde la fe es capaz entenderse. Sólo la fe nos hace capaces de leer la omnipotencia de Dios en la impotencia de una cruz. Es la impotencia poderosa impotencia del amor. El amor tiene razones que la razón no entiende.
El crucificado ha amado totalmente al Padre, hasta hacerse obediente hasta la muerte y muerte de cruz, aceptando libremente su proyecto por nosotros y nuestra salvación. Jesús no muere sencillamente porque lo matan; Él mismo, con una libertad y señorío soberanos se consagra por amor.
Este supremo amor que Él entrega perdiéndose a sí mismo, y haciéndose solidario con toda humillación, con todos los dolores, con todos los desprecios que padece el hombre, tiene la medida de su anonadamiento y pone de manifiesto el vuelco de la situación humana: la verdadera grandeza del hombre no está en el poder, en la riqueza, en el lugar social; sino en el amor que comparte, que se hace solidario, que se hace cercano al hermano, que se hace servicio. Dios vence, no quitando del camino el dolor y la muerte, sino asumiéndolo sobre sí.

El Dios Justo se rebela a nuestros esquemas de justicia que reclaman la venganza o la satisfacción equitativa sobre los que hacen el mal: su justicia se revela perdonando y quitando el peso del propio pecado. El vencido que libera al vencedor de su agresividad mortal, mostrando como el amor es más fuerte que el odio.
La cruz lleva a la resurrección que proclama el comienzo del mundo nuevo. Desde Jesús, la cruz viene cargada de novedad, es el inicio de un nuevo orden de cosas. El velo del templo se rompe. A pesar de que todo pareciera haber terminado y que la fuerza del mal prevalecieran sobre Jesús, los signos que acompañan la muerte dejan entrever la novedad: el antiguo templo con sus ordenamientos ha terminado, porque el nuevo templo es el Cuerpo de Cristo, que Dios reconstruirá con la resurrección; y el primero en entrar en este nuevo templo será un pagano, el centurión, con su profesión de fe. Con la entrega y muerte del Hijo de Dios nace una nueva humanidad.
El misterio de la muerte se transforma en misterio de vida y de triunfo. Así, y por eso tiene sentido las palmas que agitamos al inicio de la celebración. Nos alegramos y contemplamos la Pasión y la Cruz, como comunidad de discípulos que se suma al proyecto del Reino y adora la realeza de Cristo.
Un Rey que renuncia a los esquemas de poder humano, que muestra el camino humanamente ilógico por el que se llega a la gloria, que pone como medida de verificación el servicio sin límites a los hermanos. El camino del maestro será desde entonces el camino por el que deberá andar el discípulo, el amor del maestro, la medida para el amor del discípulo; para que la gloria del Maestro pueda ser la del discípulo.

Para discernir

¿Me cuesta descubrir la presencia de Dios en el dolor y el sufrimiento?
¿Alejo de mí todo lo que suene a dificultad o sacrificio?
¿Qué cosas buenas o necesarias he dejado de lado por miedo al sufrimiento?
¿He claudicado en la búsqueda de la verdad y del bien por miedo al dolor?

(Texto enviado por la Vicaría Pastoral del Arzobispado de Buenos Aires)