Martes 17/08: Taller de Crecimiento

LOS APEGOS

EL SÍMBOLO DEL COMER EN LOS EJERCICIOS

Comentario a las “Reglas para ordenarse en el comer en adelante” (EE 210-217)

Por Ernesto López Rosas s.j.

La primera pregunta que uno puede hacerse cuando se encuentra con las reglas para ordenarse en el comer en la Tercera semana de los Ejercicios, es por qué San Ignacio las incluye justamente en este momento de los Ejercicios.

Aparentemente resulta raro que sean justamente “reglas para ordenarse en el comer” y precisamente que coincidan con las contemplaciones de la Pasión del Señor. Las reglas de discernimiento, tanto las de primera semana como las de la segunda semana de ejercicios (Cf. EE 313-336), parece que caen justo con lo que el ejercitante necesita en cada uno de los momentos, pero las reglas para ordenarse en el comer, dan la impresión que están un poco a trasmano del conjunto. El asunto ya ha sido estudiado y la respuesta general es al siguiente: el comer es un ejemplo de diversas situaciones que el ejercitante debe ordenar para adelante. En título original “Reglas para ordenarse en el comer en adelante”, hay que recalcar este “en adelante”, o sea, en el futuro, después que uno ha hecho ejercicios. Una vez que se ha hecho la gran elección en la segunda semana, San Ignacio supone que hay diversas situaciones desordenadas que aún quedan por ordenar. Lo típico de estas situaciones es que no se puede quitar la fuente de desorden, y más bien hay que aprender a coexistir con ella. Uno no puede dejar de comer para ordenarse en el comer. Del mismo modo hay muchas otras situaciones en que el hombre se encuentra que necesitan ponerse en su lugar, sin desaparecer la fuente de un posible desorden.

Así, por ejemplo, el dormir, el descansar, el trabajar, etc., son diversas circunstancias humanas en las que hay que moverse indefectiblemente, pero dado que lo ejercicios suponen un “un desorden de las operaciones” (Cf. EE 63) en la misma naturaleza humana, hay que contar indefectiblemente con que el río se salga de madre.

Por otra parte, el ejemplo del comer es muy arquetípico, no solamente porque es una acción que nos vemos obligados a hacer y que fácilmente nos induce a un desorden, sino también por el símbolo mismo que encierra esta acción de comer. Desde este punto de vista voy hacer un breve comentario de todas las Reglas. La relación con la comida es simbólica de la relación con los demás y el orden o desorden que uno manifieste en el comer es simbólico del orden o desorden que uno puede tener en el orden afectivo. Uno come de alguna manera los afectos de los demás o da de comer los propios cuando parte el pan de la amistad; en los afectos uno también puede ser voraz o tener poco apetito por diversas causas.

El símbolo del comer permite una rápida transferencia al orden de los afectos humanos la actitud frente a la comida expresa relaciones de otro orden. Por esto conviene analizar someramente las diversas actitudes frente a la acción para poder después hacer las debidas transferencias antes de explicar en detalles la Reglas.

Hay gente que come rápido y no mastica –engulle más que come- del mismo modo que hay gente que necesita absorber a los demás en una relación afectiva. Así no hay paz en algunas comidas, no suele haber paz en algunas relaciones humanas, que se hacen sin el debido reposo y con una ansiedad que no respeta ni el propio tiempo ni el tiempo de los demás. Hay gente que no se puede aguantar sin comer y sin comer mucho y variado, así como hay gente que no se puede aguantar la soledad y necesita andar picoteando los afectos en una y otra parte volcando en todos su interioridad, pero sin llegar nunca a una relación profunda. Hay gente que es mal educada para comer, que no tiene en cuenta a los demás de la mesa, que le falta tino la delicadeza necesaria para hacer agradable una comida, así como hay gente que en el comer simbólico de los afectos no tiene para nada el mundo de los demás y pareciera que quiere hacerlos entrar a todos en el mundo propio. Igualmente pasa con los que son delicados excesivamente, diríamos, sofisticados en su comida. Estos son símbolo de los que no pueden relacionarse con los demás sino de una manera muy particular y solamente con aquellas personas que congenien con la propia sofisticación en el trato. Son la gente que solamente se sabe mover en grupos de elegidos de gente afín, en el fondo solamente con aquellos que son iguales a uno mismo. Los demás son raros. El refrán popular “Dios los cría y ellos se juntan”, tiene también un reverso negativo.

También hay gente que no sabe comer si no rodea esta acción tan simple con ciertos ritos mas o menos complicados. Desde que se inventó el tenedor y el cuchillo la acción del comer se fue complicando necesariamente conciertos ritos complementarios que a veces hasta impiden gustar la misma comida. Me refiero a los diversos ritos de la llamada “buena educación”, como por ejemplo el usar dos copas, varios cubiertos, servir los platos por un lado y sacarlos por el otro, etc.. Los ritos en sí mismos no son malos. Lo malo es que a veces impiden gustar bien de la comida y , en este sentido, manifiestan un desorden. El mismo desorden tienen los que rodean su vida afectiva de tales condiciones que al final no se sabe si quieren acercarse o alejarse de los demás. Es la gente que no maneja bien la distancia. Una vez un antiguo compañero me hizo una aguda observación en la casa de una gente muy pobre. “Esta gente no es fina, pero es tremendamente delicada. Del mismo modo hay otros que son finos, pero para nada delicados”. No es lo mismo finura que delicadeza, y así se podría continuar con diversas comparaciones.

Lo anterior quedará más claro si al recorrer cada una de las reglas que comentamos, allí donde San Ignacio pone “comer”, ponemos en su lugar afectos o vida afectiva.

Primera : Del pan conviene abstenerse menos, porque no es alimento sobre el cual se desordene el apetito, o hacia el cual incite la tentación como en los otros manjares. (EE 210)

No abstenerse del pan significa, en un plano simbólico, no abstenerse de una relación franca y universal. Una persona que no se abstiene del pan es la que se lleva bien con todos, que a todos sabe atender y a todos sabe tratar. No hay peligro de desorden afectivo en una persona alegre que no está midiendo hasta donde va a dar o hasta donde va a recibir. En el orden material el pan es el elemento mas simple con el que nos alimentamos. Por algo es especie de comunión y de unidad. Así como de muchos granos de trigo se hace el pan, así la Iglesia. El pan significa la relación universal. Por ejemplo, uno ve a un buen sacerdote en aquel que se entrega a todos por igual, que le da lo mismo atender al pobre que al rico, al enfermo que al sano, al bueno que al malo. Todos ellos comen de su pan y la misión del sacerdote es hacerse pan de todos y repartirles el pan de Cristo. Así es más o menos en todos los casos. En los religiosos, las religiosas, en los consagrados, tomando esta palabra en su sentido más amplio –ya que todo cristiano está consagrado a una misión en la vida- no abstenerse del pan significa alimentarse de los afectos que engrosan el espíritu para el bien y que fortifican la relación con los demás y últimamente con Dios, con Jesucristo. No abstenerse del pan significa fomentar aquellas relaciones que tal vez sean simples, pero que hacen a la cohesión de la vida espiritual.

Segunda: Acerca de la bebida de la abstinencia parece más práctica y aplicable que en el pan. Se debe considerar atentamente lo que más conviene para practicarlo y lo que lo perjudica para eliminarlo. (EE 211)

La abstinencia en el beber es más conveniente que la abstinencia del pan. En el plano afectivo, es en general, saber abstenerse de todo afecto inebriante que quite la libertad la razón.

San Ignacio insiste en que “se debe mucho mirar” lo que hace bien para admitirlo y lo que hace mal para dejarlo de lado. Uno puede beber agua fresca, pero también agua sucia o contaminada. Uno puede tomar vino para acompañar la comida y también puede emborracharse. La borrachera responde a una insatisfacción interior y la borrachera afectiva es aquella relación que no deja pensar y que sirve de paliativo temporal de una gran insatisfacción de fondo. Los ritos orgiásticos tendían al olvido de las cosas de este mundo, tendían a conseguir un estado de gozo sin pasar por el dolor, pero este estado es efímero. Uno no puede beber los afectos para olvidar el dolor, más bien tiene que compartir serenamente la copa que a veces será dulce y otras amargas. Lo que hace daño en este punto hay que “lanzarlo” sin más, como dice San Ignacio en el texto original de los ejercicios.

Tercera: Referente a los manjares se observar mayor y más completa abstinencia; porque en esta parte el apetito mas fácilmente se desordena, y la tentación se hace más insistente.

Por lo cual, y para evitar el desorden, la abstinencia en los manjares se puede aplicar de dos maneras: 1) Habituándose a comer alimentos comunes, ordinarios. 2) si son exquisitos, tomándolos en poca cantidad. (EE 212).

El manjar grueso, en el orden de los afectos, es aquella relación humana que deja en paz y satisfecho. El manjar fino, en cambio, es toda relación de alguna manera sofisticada. Uno puede ser un buen compañero, un buen camarada y esto deja en paz. En cambio, la selección algo exclusivista ya sea de las amistades, o del campo apostólico pareciera que es más lo que simboliza un manjar fino. Una cosa es comer una buena comida y otra es querer alimentarse con un caramelo. El manjar grueso da sensación de satisfacción verdadera. El manjar fino a veces deja con hambre y otras, puede provocar una indigestión. En la vida afectiva hay que tener cuidado tanto de no quedarse con hambre como de indigestarse. La vida pastoral nos lleva frecuentemente a comer manjares finos. El asunto no está en no comerlos, sino en hacer abstinencia de ellos para que no sean lo único de lo que nos alimentemos. Si uno se alimenta solamente de este tipo de manjares, al final puede terminar anémico y esto no es bueno para nadie. Una vez, un obispo al que le ofrecieron un locro, dijo así: “Qué lindo comerse un locro, en todas partes me dan pollo”.

Cuarta: Cuidándose para no cae enfermo, cuanto más uno se priva de lo conveniente, tanto más pronto alcanzará el justo medio que debe tener en el comer y beber. Por dos razones: 1) Porque poniendo los medios y disponiéndole, experimentará más las mociones internas, las consolaciones y divinas inspiraciones, con las que Dios dará a sentir el medio que le conviene. 2) Si la persona advierte, en tal abstinencia, que no tiene tanta fuerza corporal, ni la disposición que conviene para hacer los Ejercicios espirituales, fácilmente deducirá lo que más le conviene al sustento de su cuerpo.

El justo medio en el comer solamente se adquiere si uno quita de lo conveniente. Aplicada al plano afectivo, esta regla tiene que ver con la aceptación de la soledad. Todo esto pareciera estar supuesto en las recomendaciones que hace San Ignacio sobre el retirarse absolutamente a hacer ejercicios (Cf. EE 20). Así por ejemplo, en el mundo de los consagrados, los afectos humanos pueden acompañar de una u otra manera; es el comer y beber, pero de base siempre tiene que haber una aceptación de la soledad afectiva sin la cual es imposible cualquier crecimiento espiritual.

San Ignacio dice que cuanto más se quite de lo conveniente tanto más pronto se hallará el justo medio en el comer. Así el que se aguante así mismo en soledad y la pueda sobrellevar con hidalguía, tanto más pronto podrá escuchar la vos de Dios que habla en soledad. Las internas mociones no se darán en un hombre que está divertido, derramado, en su vida afectiva, sino más bien en el que se sabe abstener voluntariamente de los consuelos humanos para poder encontrar la única fuente del verdadero consuelo. La necesaria compañía de los afectos humanos tiene que tener un justo medio y a este justo medio es más fácil verlo desde la abstinencia que desde la hartura. Esta cuarta regla se relaciona, también simbólicamente, con la interioridad. Una persona que no tiene interioridad es aquella que no se ha procurado une espacio interior por la educación austera de sus afectos. Claro que una cosa es la soledad y otra el aislamiento. La soledad es fecunda, el aislamiento es angustioso, desesperante y estéril. Todo ser humano tiene la posibilidad de cultivar su dimensión de soledad y esta soledad supone tanto el comer como, a veces, el ayuno.

Quinta: Mientras come, la persona considere que esta viendo a Cristo nuestro Señor cuando comía con sus discípulos; cómo bebe, cómo mira, cómo habla y procure imitarlo. De manera que la parte superior esté ocupada en la consideración de nuestro Señor, y la inferior en el sustento corporal; así se realiza una perfecta armonía y orden en la manera de dominarse y comportarse en la mesa. (EE 214)

Esta quinta regla es de universal aplicación para todas nuestras actividades, porque se refiere a la imitación de Cristo. En el ejemplo del comer, San Ignacio propone como modelos a Cristo y sus apóstoles: una comunidad cuya cabeza es el Señor.

La acción de comer no es solamente un acto biológico, sino un acto social y por tanto un acto espiritual. El hombre de Dios tendrá presente a Cristo y a sus apóstoles como modelos de sus relaciones sociales. No podemos imaginar a Cristo y a sus apóstoles hablando a los gritos, ni con miradas de envidia o palabras hirientes. Si estas cosas sucedían en la comunidad apostólica era el mismo Señor el que se encargaba de equilibrar las relaciones, como en la discusión sobre cuál era el mayor.

En otro orden de cosas y yendo a lado simbólico de la regla, también Cristo y sus apóstoles son modelo de comunidad. El criterio es no ir a comer el pan fuera de la comunidad y tampoco hacer rancho aparte haciendo comunidad sin la cabeza que siempre es el Señor. Se puede decir que toda comunidad cristiana tiene el centro fuera de ella, es como un centro descentrado, en el sentido de que lo importante es el Señor y la misión que nos da. Hacer comunidad, si tenemos presente el ejemplo de Cristo y sus apóstoles, tiene siempre un efecto que coincide con el cuidado de la gente. Todo está orientado al pueblo que anda como oveja sin pastor. Si Cristo eligió y formó el colegio apostólico fue para esto, no es para otra cosa. Esto es lo que podríamos llamar el sello misionero de toda comunidad cristiana, lo que permite una comunidad para la dispersión y un antídoto para el comunitarismo. Toda comunidad cristiana no es meramente un grupo de amigos, ni un grupo de profesionales del apostolado, sino una comunidad de fe que se nutre de la piedad, de la centralidad de Jesucristo. En este marco van jugando los afectos humanos, incluso los afectos de división, como los celos o la ira que jugaron también en el colegio apostólico.

En la vida de relación también necesita un ordenarse si está desordenado. El modo de lograr todo esto es el que pone San Ignacio en la regla que nos ocupa: tratar de que la parte Principal del entendimiento esté en consideración de Nuestro Señor, y la menor en la sustentación corporal. San Ignacio supone que no nos podemos espiritualizar totalmente, dado simplemente porque nuestro cuerpo vive en la tierra y es de la tierra, pero estos afectos pueden ser ordenados a un orden espiritual.

Otro aspecto importante en todo esto es la mirada del Señor, ya que tiene relación con la tercera adición de la oración Ignaciana (Cf. EE 75). En el Evangelio vemos a Cristo mirar muchas veces y otras podemos imaginar cómo mira. La mirada que vio a Natanael debajo de la higuera o la mirada al joven rico, son miradas que traspasan, que atraen, pero que al mismo tiempo equilibran. Sentir sobre uno mismo una mirada de equilibrio ayuda a equilibrar los afectos. Sentir sobre uno una mirada que no condena ni persigue, ayuda a conseguir la libertad interior. La mirada del Señor no es persecutoria sino creadora.

Sexta: Otras veces, mientras come, puede hacer otras consideraciones, bien sea sobre la vida de los santos o en alguna piadosa consideración o contemplación; también sobre cualquier trabajo espiritual que deba hacer. Porque mientras su atención está puesta en tales cosas, estará menos preocupado en saborear y deleitarse en el alimento corporal. (EE 215)

La sexta regla es similar a la anterior. Va a que el entendimiento se ocupe más de las cosas espirituales cuando el cuerpo se ve obligado a satisfacer sus necesidades materiales. San Ignacio pone el ejemplo de la consideración de la vida de santos, o la consideración de algún negocio espiritual mientras se come, como factor de orden interior.

En las relaciones humanas esto se traduce haciendo primar siempre lo espiritual sobre lo material, lo universal sobre lo particular. En otras palabras, los pequeños problemas siempre se resuelven contrastando con los grandes principios e ideales. Una cosa es resolver un problema, pero otra muy distinta es agrandar un problemita y hacerse un problemón. Todos estos problemones afectivos muchas veces no son más que problemitas agrandados frutos de un mal diagnóstico. A veces los miedos infantiles nos hacen confundir un salpullido con un cáncer. Nos es bueno ahogarse en un vaso de agua. La verdad es que ahogarse en el mar vaya y pase, pero ahogarse en una zanja o en un charco implica mucha cortedad de miras. La amplitud de estas miras es lo que está aconsejando San Ignacio cuando nos dice que elevemos nuestra puntería en la práctica necesaria de nuestra sustentación corporal... o afectiva. Los ejemplos de los santos también ayudan a un ordenamiento afectivo porque de suyo son bien concretos. Por algo a la gente simple le gustan sus historias. La sabiduría popular como se nutre, entre otras cosas, de los grandes ejemplos. ¿Por qué sigue vivo el ejemplo de San Francisco de Asís o del Cura Brochero? ¿No será, entre otras cosas, porque supieron mirar y elegir lo fundamental?

Séptima: Procure, sobre todo, que su atención no esté puesta en lo que come, ni por el apetito se precipite en el modo de comer, sino esfuércese para mantenerse señor de sí, tanto en el modo de comer como en la cantidad que come. (EE 216)

En esta regla se vuelve a insistir en que cuando uno come no esté preocupado absolutamente en la comida y en el tiempo que la ha de ir ritmando. Me voy a detener en comentar esta segunda parte de la regla.

Lo del apresuramiento tiene relación con el engullir. Uno engulle cuando se deja dominar por un impulso ansioso y allí la relación con al comida es mas animal que humana. Del mismo modo uno también puede engullir relaciones y el engullir indigesta. Uno puede hacerlo por diversas causas. A veces es el miedo a quedarse sin comer. A veces, sobre todo cuando hay poca comida y son muchos los comensales, es una forma de asegurase el comer más; a veces es por falta de tiempo, porque uno está muy ocupado en otras actividades.

San Ignacio tiene en esta regla un párrafo de particular consideración: “que sea señor de sí, así en la manera de comer, como en la cantidad que come”. El señorío sobre uno mismo es una temática que se aplica a todas las actividades humanas. Ser señor de sí implica en primer lugar ser dueño de uno mismo. Implica dominar no solamente los impulsos negativos, sino también saber orientar la voluntad y los afectos y aún la misma inteligencia hacia donde conviene. Cuando se habla del dominio de la voluntad fácilmente uno puede tender a una gimnasia sin sentido, que a la larga hace dura a la personalidad. Aquí más bien se habla de señorío y de esta forma toda gimnasia de la voluntad –que hay que hacerla- está orientada u ubicada en un horizonte más amplio. Ser señor de uno mismo implica además muchas cosas, porque sería estrechar la significación de esta frase haciéndola solamente sinónima de dueño de uno mismo. Por esto conviene ir describiendo los diferentes aspectos de su significación.

Ser señor de uno mismo implica tener una mirada amplia. Implica saber el significado profundo de las cosas y no solamente la periferia. Por el contrario, el que no puede ver mas allá de la propia mezquindad, no puede decirse que sea señor de sí. Todas las cosas cotidianas son susceptibles de ser ubicadas en horizontes amplios, de espacio y de tiempo (por eso San Ignacio repite tanto aquellos de lugares, tiempos y personas). Ser señor de uno mismo significa mirar las cosas de cada día con la tranquilidad de que uno no va a perderse en medio de ellas, ni que va a perder el dominio sobre ellas. Señor de sí significa una tranquila conciencia del fin de las cosas (todas las cosas para el hombre y el hombre para Dios). También señor de sí significa andar con la conciencia tranquila de que; lo que uno posee es bien habido y que lo usa del modo debido. En el ejemplo del comer esto puede verse de un modo bien patente. La conciencia acusa cualquier irregularidad en este campo. En el plano de las relaciones sociales, también, uno puede tener afectos mal habidos o si bien habidos, no usarlos del modo conveniente.

Ser señor de sí es también ser muy generoso. No importa que uno sea pobre o rico materialmente. Lo importante es la pobreza espiritual, que se traduce necesariamente en la abundancia de la generosidad. Uno que es señor de sí sabe hacer “gauchadas”, sabe sacrificarse por los demás, sabe dar de lo que no tiene y, sobre todo, no hace sentir que está dando. El hombre generoso es delicado cuando da de lo suyo y naturalmente genera a su alrededor una sensación de abundancia. El signo del buen pobre es que es generoso y ser generoso significa saber perdonar, saber disimular, saber decir la palabra oportuna, saber medirse y saber que hay cosas que no se miden, ni se compren ni se venden.

El señorío sobre sí mismo implica estabilidad emotiva. No se puede andar en la vida movido por los impulsos. Los impulsos emotivos nos llevan a una y a otra parte, pero el hombre de bien sabe lo que quiere y sabe el modo de lograrlo. Hay personas que son como el antiguo juego del “cerebro mágico”: a tal impulso, tal reacción. Estos, más que señores de sí están enseñoreados por apetitos. Saber hablar y saber callar, porque si bien “de la abundancia del corazón habla la boca”, “hay mucho tiempo de hablar y otro de callar”. Hay gente, en cambio, que tiene el don de la inoportunidad. Suelen decir cosas buenas muchas veces… pero a destiempo. El ser señor de uno mismo es tener, en el fondo, una pausada conciencia del tiempo que funda una estabilidad emotiva.

Octava: Para evitar el desorden en la comida, conviene mucho que, después de comer o cenar, o en otra hora que no sienta apetito, determine consigo mismo y decida para la próxima comida o cena – y así en los días sucesivos- la cantidad que le conviene tomar; del cual, por más apetito que tenga, no pase; antes al contrario, para vencer el apetito desordenado y la tentación del enemigo, si se siente tentado de comer más, coma menos.

Lo anterior se puede relacionar con el sentido del límite. El que es señor de sí sabe dónde está el límite de las cosas, de los acontecimientos, de las personas y de uno mismo. Cuando no hay límite viene la angustia y la angustia es signo de no señorío sobre sí mismo. Todo lo humano tiene su límite. El inconveniente es que no es fácil verlo. Ser señor de uno mismo significa tener conciencia de límite. En el ejemplo del comer se ve claro. Uno tiene que poner límite tanto en el comer demasiado, porque si no se indigesta, como en el ayuno que hace daño a la salud corporal y espiritual. San Ignacio aconseja el ayuno, siempre que “no se corrompa el subiecto ni se siga enfermedad notable” (Cf. EE 83-86). La prudencia es la sal de todos los platos, pero nadie se puede comer un plato de sal. Igual en las relaciones humanas, hay siempre un límite. Hasta aquí llego, no más, pero tampoco menos. Si uno hace excesivo ayuno de los afectos, se vuelve solitario, neurótico y no pude vivir con nadie. Si uno tiene un límite en el sentido contrario, va a ser un hombre que no aguanta la cuota de soledad de toda existencia humana. El límite, lamentablemente no es cuantificable, ni se aprende a tener un límite en las relaciones humanas con cursos de relaciones públicas. El hábito de percibir estos límites se aprende con el sufrimiento, con el amor, y después de haber digerido muchos fracasos. Una persona grande que vive pegada a su mamá no se pude decir ni que tenga sentido del límite ni que sea dueña de sí misma. Igual el que tiene tanto miedo a su papá que no puede hacer nada por sí mismo sin sentir que lo miran. Este tampoco sabe del límite de las cosas y percibe la ley como persecutoria. Es la persona que nunca descansa. Tampoco es señor de sí mismo. Pero estos son sólo ejemplos. Lo que hay de fondo en la buena distancia en las relaciones humanas es una conciencia de la finitud de las cosas.

También puede decirse una palabra sobre el humor como signo de señorío. El humor no es la sorna. El humor construye, la sorna es destructiva. Uno de los signos de un hombre señor de sí es el humor. Usa su lengua para construir, no para destruir. El humor brota de una persona constructiva, que porque sabe que es difícil la creación, no se atreve a ahogarla en el resentimiento. Destruir es muy fácil. Hacer crecer la vida es difícil. El humor es signo de sabiduría porque implica saber ver la poca lógica de toda lógica humana. Tener humor indica todo lo contrario de la mezquindad de corazón: implica saber reírse de uno mismo, de esta naturaleza manca o coja en la que nos ha tocado nacer. Implica esforzarse frente al obstáculo y después que nuestra obra se nos vino al suelo, implica saber reírse de la poca cosa que son las obras humanas. Los siervos inútiles a los que alude el Señor en el Evangelio, seguramente que tenían una sonrisa en los labios, no cara de tragedia.

Hay bastantes más cuestiones conexas con el señorío de sí, que el lector podrá ir agregando. El señorío no es solamente un esfuerzo voluntarístico, sino más bien la armonía de una serie de cualidades con un trabajo de educación. También se manifiesta en el saber perder. Es todo un arte saber perder. Saber perder significa callar y callar bien. El grito histérico o el mascullar venganzas, no es de buen perdedor. Saber perder implica tener la conciencia de que hay muchas cosas que escapan a nuestro control. Lo contrario de lo anterior provoca el resentimiento y la ira. El buen perdedor no trata de justificar que perdió. Su actitud es “otra cosa”. En fin, tal vez sea cierto que la madurez está en la disminución de la ansiedad. Disminución no significa eliminación. Hasta la muerte estaremos complicados tanto en el comer material como en el espiritual, pero algo siempre se puede avanzar en “adelante”.

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