Martes 17/05: Taller Ignaciano

La presencia de Dios

Espiritualidad Ignaciana

San Ignacio de Loyola (siglo XVI) tuvo una fuerte experiencia mística de Dios, a partir de encuentros personales con el Señor y consigo mismo, que después condensó en su libro “Ejercicios Espirituales”.

“Con este nombre Ejercicios Espirituales se quiere significar todo modo de examinar la conciencia, meditar, contemplar, orar vocal o mentalmente así como de otras actividades que más adelante se explicarán. En efecto así como pasear, caminar y correr son ejercicios físicos, de la misma manera cualquier modo que ayude a preparar y disponer el alma para quitar los afectos desordenados y, después de quitados para buscar y encontrar la voluntad divina y salvar el ánima, se llaman Ejercicios Espirituales.” [EE 1].

La oración consiste en ponerse en la presencia de Dios con las manos abiertas y el corazón dispuesto. No resulta tan fácil vivir con las manos abiertas porque durante la vida se quedan pegadas muchas cosas. Hay muchas cosas en la propia vida que uno no está dispuesto a soltar: posesiones, trabajo, reputación, ideas, la propia imagen. Cuando se abren las manos, estas cosas se quedan pegadas. ¡Las manos se abren pero estas posesiones no se sueltan! La oración consiste en aprender a abrir las manos y soltar todo. El Señor puede sacar o poner.

La oración no es tanto una búsqueda cuanto una espera. La espera subraya la llegada del otro. La actitud de espera expresa la propia impotencia, la propia pobreza, la propia necesidad del otro. A todo ser humano le cuesta esperar, pero uno está dispuesto a hacerlo si el otro es importante para uno. Por ello, orar es esperar a Dios. La espera enseña a ser contemplativo, porque el que espera aprende a mirar bien para ver llegar al otro.

La oración es abandonarse totalmente en las manos de Dios sin desear sacar provecho de ella. Siempre llega el momento cuando uno siente que su oración no es escuchada, cuando se considera la oración como una pérdida de tiempo, cuando uno no siente absolutamente nada en la oración. Entonces, las razones presentadas no sirven de mucho. La oración es una perdida de tiempo, o, mejor todavía, una perdida de uno mismo.

Evidentemente, la auténtica oración produce frutos, pero éstos no son la finalidad de la oración.

Muchas dificultades en la oración surgen del hecho que uno no desea entregarse, que no hay entrega, que no se abren las manos. La verdadera dificultad se encuentra en el estilo de vida y no en la oración misma. El estilo de vida diaria no concuerda con la oración. ¿Cómo es posible rezar cuando no se está dispuesto a decir sinceramente que se haga Tu voluntad?

Orar no es fácil porque exige una relación en la cual dejas que Otro llegue al centro mismo de tu persona, descubra aquello que preferirías dejar en penumbras y toque aquello que preferirías mantener intacto. Al rezar, estamos invitados a abrir los puños apretados. Por ello, una primera oración resulta muchas veces dolorosa, porque se descubre que uno no quiere soltarse.

Uno se descubre diciendo: “¡Soy así! Me gustaría que fuera diferente, pero ahora ya no es posible. Soy así, y así tendré que dejarlo”. Pero esto significa que uno ha dejado de creer que su vida podría ser de otra manera, se ha abandonado la ilusión de que una nueva vida pueda comenzar. En el fondo, se siente que es mucho más seguro aferrarse al pasado, hasta a veces doloroso, que confiar en un futuro nuevo.

El desapego, en general, se concibe como un dejar perder aquello que es atractivo. Sin embargo, otras veces, también es necesario soltar aquello que es repulsivo y al cual uno se ha acostumbrado. De hecho, uno puede quedar pegado a fuerzas tan oscuras como el resentimiento y el odio. Siempre que se busque desquite, uno se aferra a su pasado.

Pero, ¿cómo es posible abrir los puños cerrados? Ciertamente, no es a través de la violencia, tampoco mediante una decisión forzosa y voluntarista, sino colocándose en la presencia del Padre y escuchar aquellas palabras: “No tengan miedo”. Es decir, no tener miedo de Aquél que desea ingresar al espacio más intimo de uno y presentarle lo que uno realmente tiene también en su lado oscuro: la amargura, la decepción, el deseo de venganza, etc.

En la oración a veces uno quiere recibir al Otro tan sólo en los espacios limpios sin jamás invitarlo a pasar en todo el espacio del propio hogar. Entonces, es sólo apariencia y limpieza porque se oculta la suciedad y lo malo. En estas condiciones Dios no puede entrar. Pero el abrir completamente la puerta del propio hogar no es fácil y se requiere tiempo y paciencia con uno mismo para ir abriendo de a poco las propias manos.

Es un largo viaje espiritual, porque detrás de cada puño se descubre otro y a veces el proceso parece no tener fin. Es que han sucedido muchas cosas en la propia vida para dar origen a todos esos puños y, en cualquier hora del día o de la noche, se han ido apretando fuertemente lo puños por temor. Seguramente, alguien te ha dicho que tienes que perdonarte, pero esto no es fácil. Lo que sí resulta posible es abrir lentamente las manos superando paulatinamente el temor porque se está en la presencia de Aquél que sólo saber amar, Aquél que puede perdonar los pecados. Solo entonces se comienza a rezar de verdad a partir de la propia realidad y en presencia de un Dios.[1]



[1] Párrafos extraídos del libro “Encontrarme frente al otro: Camino ignaciano”. Tony Mifsud SI. Colección Espiritualidad. Editorial San Pablo.

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UNICO
Cuando me llamas por mi nombre,
Ninguna otra criatura vuelve hacia Ti su rostro
en todo el universo.
Cuando te llamo por tu nombre,
No confundes mi acento con ninguna otra criatura
en todo el universo.


Benjamín González Buelta sj
En el aliento de Dios: Salmos de gratuidad. Pag. 43

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Puntos para la oración.

La oración ignaciana es un encuentro con Dios. Es la experiencia de estar en su presencia, donde escuchamos su Palabra Y hablamos con Él.

El proceso ignaciano de la oración no se limita a un simple entender y comprender, sino que se enfatiza el sentir y gustar internamente. “En efecto”, nos dice Ignacio: “No es el saber mucho lo que sacia y satisface el alma, mas el sentir y gustar las cosas internamente” (EE Nº 2). La oración no es tanto la búsqueda de novedades cuanto la novedad de ir profundizando lo conocido.


GUÍA PARA LA ORACIÓN

.: Preparación de la Oración

1. Busco un lugar donde pueda rezar en paz y con devoción. Puede ser la Capilla, el salón o donde yo crea que puedo estar tranquilo y sin distraerme.

2. Me pongo en la Presencia de Dios:

Es calmarse delante de Dios. Es un requisito esencial porque, ordinariamente, es muy difícil pasar de las ocupaciones y preocupaciones, de las distracciones cotidianas a la oración, sin aquietarse antes, recogerse, callar por un rato.

Petición: “Pido a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.[EE 46]

3. Escucho a Dios: No se trata de hablar sobre Dios sino de hablar con Dios, o mejor dicho, ponerse en actitud de escuchar. Es prestar atención a lo que pasa en mí. Es dejar un espacio para que Jesús ore al Padre a través de mi vida.

Leo pausadamente el Evangelio de San Juan 14, 1-12

No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?". Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".

Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.

4. Coloquio… a Cristo nuestro Señor; finalmente rezar el “Alma de Cristo”.

Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.

Sangre de Cristo, embriágame.

Agua del costado de Cristo, lávame.

Pasión de Cristo, confórtame.

¡Oh buen Jesús!, óyeme.

Dentro de tus llagas, escóndeme.

No permitas que me aparte de Ti.

Del maligno enemigo, defiéndeme.

En la hora de mi muerte, llámame.

Y mándame ir a Ti,

para que con tus santos te alabe,

por los siglos de los siglos. Amén.

5. Examen de la Oración:

La oración implica lo que uno hace y lo que uno se hace; por ello, es importante detectar los movimientos interiores que se han producido. Suele ayudar mucho anotar lo que se descubre, no tan solo a nivel de ideas sino muy especialmente a nivel de afectividad y las mociones del espíritu. (¿Qué pasó durante el tiempo de oración? ¿Qué fue lo que más me dio vuelta o cuál fue el sentimiento predominante? ¿Cuál es el estado de ánimo? ¿Qué quiere decir el Señor? ¿Tuve alguna dificultad o alguna angustia? ¿Qué me produjo paz y alegría?).

Una palabra con la que puedas resumir las gracias recibidas en esta oración…………………………