La sexualidad y la intimidad

Escrito por Wilkie Au y Noreen Cannon

Nuestros esfuerzos por amamos no pueden excluir a la sexualidad, nuestro yo encamado. Una espiritualidad que niegue al cuerpo, como si no tuviera importancia alguna en la vida del amor a Dios y a los demás, da lugar a una división que acaba por mutilar nuestro crecimiento espiritual. Igualmente dañinas son las actitudes que oponen el cuerpo al espíritu, fomentando la convicción de que la sensualidad y la sexualidad son actitudes anticristianas e incluso pecaminosas. Lejos de eso, una espiritualidad cristiana global considera que la sexualidad está intrínsecamente relacionada con nuestra capacidad para amar porque nuestra relación con el prójimo se lleva a cabo en calidad de personas corpóreas y tiene lugar entre seres sexuales.

Muchos de cuantos crecimos en ambientes que cultivaban el temor a la sexualidad por tratarse de algo "sucio" o "reprobable," nos acercamos al mundo de la sexualidad como si fuera algo que no tuviera nada que ver con nosotros. A menudo nuestra sexualidad está confinada a la sombra, donde se ve rechazada y condenada al exilio, lo que hace que nuestros corazones se enfríen y resulte imposible una entrega generosa y gozosa.

Toda la cuestión de la sexualidad está rodeada de ansiedad, prejuicios, culpa y una absoluta ignorancia, hasta el punto de que tenemos que acordamos una y otra vez del verdadero sentido de la encarnación, esto es, que Dios se hizo carne para ser uno con nosotros. Cristo, la Palabra hecha carne, estableció su hogar en el cuerpo humano, "puso su carpa entre nosotros", que también es para nosotros nuestro hogar. Cuando negamos la bondad de nuestros cuerpos, estamos rechazando a Dios, que escogió tener un cuerpo. Aunque la sexualidad de Jesús no se menciona de forma explícita en los Evangelios, no debemos pensar por ello que Jesús no fue tan humano como nosotros o que fue un ser asexuado, con mayor proporción de espíritu que de cuerpo. Por el contrario, el retrato que tenemos de Jesús a través de los Evangelios refleja la figura de un hombre cuya sexualidad irradiaba hacia los demás, incorporándolos en una vinculación íntima con su persona. Con frecuencia, movido por la compasión, se acercaba espontáneamente a tocarles (Mc 1, 42), a darles de comer (Mc 6, 30-34), o los abrazaba (Mc 10, 16) dando muestras de un amor tan grande que necesitaba ser expresado más allá de las palabras, con todo el cuerpo.

Como seguidores de Jesús, la sexualidad tiene una importancia central en nuestro viaje hacia la integración y la santidad. Tan sólo cuando nos sintamos en casa en nuestro cuerpo, aceptando la gracia que supone sabemos seres sexuales, seremos capaces de abordar libre y confiadamente las relaciones y compromisos que acompañan a la vivencia del amor.


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