Martes 9/08: Encuentro de Oración

Meditación: Mt. 15, 21-28, “Curación de la hija de una cananea”

La meditación se describe, a veces, como la rumia amorosa de las verdades del corazón. La palabra “rumia”, hace referencia a dos cosas, por analogía a la acción de los rumiantes. En primer lugar a la acción de pasar y repasar por el corazón aquello que es objeto de nuestra meditación. No es como atravesar un patio para llegar al otro lado. Es como pasear por un jardín, y animarse uno mismo a perderse en él. En segundo lugar, rumia nos habla de alimento y especialmente del saboreo. Las verdades del corazón, no son coherentes ni incoherentes, son dulces.

La oración ignaciana es un espacio para compartir con Dios, donde nos volvemos conscientes de su presencia y compañía y le ofrecemos y compartimos lo que somos; cómo estamos; nuestra historia. Por eso, la oración ignaciana es un encuentro muy personal y de profunda intimidad con Dios.

Momentos de la oración:

1. Preparación para la oración

Dos condiciones necesarias son: quietud y silencio. Quietud y silencio externos, es decir, un lugar sin mucho ruido que nos distraiga y una postura cómoda pero neutra. Éste sería el primer paso que nos predispone al segundo: quietud y silencio internos. Para lograr estas condiciones internas, es útil enfocar nuestra mente en algo muy concreto y cercano, algo que evite divagar en razonamientos. Nos hacemos consientes de nuestro cuerpo. Esto tiene dos ventajas. Por un lado, al prestar atención a nuestro cuerpo, nos sensibiliza. Por el otro, evita que nuestra mente esté dispersa moviéndose de un pensamiento a otro como suele ser costumbre.

Una vez que alcanzamos estas dos condiciones, ayuda para marcar la entrada al momento de oración misma hacer la señal de la cruz o cualquier otro gesto que marque el paso a este nuevo momento. La dimensión ritual o gestual nos ayuda a vivir el tiempo de oración también con el cuerpo. Porque vamos al encuentro con todo lo que somos, corazón, mente y cuerpo.

2. Petición

Ya conscientes de que estamos en oración, realizamos una petición: Esta petición es personal, es algo que yo le quiero pedir a Dios. Ayuda a la oración que la petición esté relacionada con el texto que vamos a meditar. Si durante la oración me distraigo con pensamientos o cosas pendientes, del trabajo, etc., cuando me doy cuenta “las dejo pasar” y vuelvo a retomar la oración repitiendo la petición. En este sentido, la petición me puede servir como un ancla para permanecer en la oración.

Para la meditación de hoy, una petición podría ser:

“Señor, dame tu amor y tu gracia, que esta me basta”.

3. Escucho a Dios

Habiendo rezado la petición, realizo una lectura pausada y pensada de la palabra de Dios, hasta sentir que alguna oración o alguna palabra del texto “me resuene”, me despierte alguna emoción, o sea disparador de algún sentimiento. Ahí detengo la lectura, y me quedo dando vueltas en esa frase o palabra, trato de profundizar, de sentir, de gustar internamente, de ver cómo la frase o palabra se relaciona con mi estado de ánimo, con mi historia, con quién soy. Trato de sentir con el corazón, con mi parte afectiva, qué me dice a mí la palabra de Dios, y de gustarlo.

Evangelio según San Mateo 15,21-28

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos". Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!". Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!". Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.

3.1 Para profundizar en la oración:

Se ha de ser sincero: este evangelio puede chocar al principio. Es posible estar confuso y desencantado ante la negativa primera de Jesús de ayudar a la madre cananea. Y las razones que los discípulos ponían para que el Maestro accediese, no eran justamente las más desinteresadas. Sin embargo algo nos sostiene en su lectura. Jesús se conmueve. A primera vista, es la única luz que se ve en esto. Pero desde entonces, esta pequeña llama va creciendo.

Jesús se conmueve, y eso es algo bueno, pero ¿qué me dice a mí? Al principio no se ve claro. Un poco enredados en esto, recordaremos que poner en relación el evangelio del día con lo que viene sucediendo en el relato, puede ayudar. Y entonces aparece a la luz que Cristo ha venido discutiendo con los fariseos. Que se lo acusa de no respetar “la Ley”. Es entonces donde aparece el gesto en toda su fuerza. No se trataba solo de un “lindo detalle”. Era el centro de la imitación de Cristo lo que se ofrecía. Ninguna ley, ni listado de pecados o de virtudes. La misericordia, la ley del Amor y la conversión.

Dicen que a Santo Tomás le preguntaron un día: “¿Qué hay que hacer para salvarse?”. Y el Santo responde: “Hay que querer salvarse”. Es el deseo, el corazón. No es el error (ni el acierto), es el deseo lo que cuenta. En el fondo, parece, no soy lo que hago, sino lo que quiero. Porque no hago todo lo que quiero, y no quiero todo lo que hago. ¡Qué no se apague en mí este deseo, ni por error, ni por culpa!

También cuentan una historia sobre los deseos. Parece que estaba en el cielo un ángel, el más inteligente y bello de por ahí. Pero se enteró que Dios iba a encarnarse, y nada menos que en un hombre. El ángel se indignó. Miró hacia abajo, a los hombres, y aborreció que cosas tan imperfectas dieran lugar a la encarnación de Dios. Soberbio, el ángel se obsesionó y no dejaba de mirar hacia abajo, sintiéndose superior. Pero por alguna razón, como por vértigo, la mirada lo fue arrastrando. Miraba hacia abajo y fue cayendo. Y para no caer, y mantenerse arriba, miraba más fijamente hacia abajo, intentando separarse, diferenciarse. Pero la dirección de su mirada lo condenaba. ¿Y los hombres? Los hombres, cuando oyeron la voz de Dios, miraron hacia arriba. Y la dirección de su mirada los elevaba. De nuevo, no importa dónde se esté, importa la dirección de la mirada, el deseo.

Jesús, se conmovió. No dejó que ninguna verdad o hecho fuera más grande que el deseo de su corazón. Y la hija de la cananea fue curada.

4. Coloquio

Habiendo profundizado en el texto con mi entendimiento y mi afectividad, me dispongo a hacer un cierre de la oración con un coloquio, un diálogo libre con Jesús, “como un amigo habla a otro amigo”. No hay que desalentarse si la oración resultó ser anodina. Muchas veces es al final donde está todo el sentido. Ignacio cuenta que en un paseo por el río de Manresa tuvo una contemplación y fue cuando tuvo más entendimiento de las cosas de Dios que en el resto de su vida junta. No desesperar, a Dios, un pequeño momento le basta. Cuando la cosa viene lenta, este último momento de diálogo, ayuda a movilizar.

Para terminar, podemos rezar alguna oración y persignarnos. Estas dos cosas marcan un límite, nos ayudan a pasar de un estado (de oración ignaciana) a otro (examen). De nuevo, el gesto físico nos puede ayudar a marcar este pasaje con todo el ser, es decir también con el cuerpo.

5. Examen

Por último, queda el examen de la oración, donde busco discernir qué ocurrió durante mi oración, qué sentí, qué pensamientos aparecieron y cuándo, cómo me sentí cuando aparecieron y cómo me siento ahora, y qué siento que me invita a hacer esa oración (mociones o movimientos), pero sin hacer juicio de valores. Es importante separar el momento de la oración y el momento del examen. Un recreo, un paseo, cualquier cosa que nos ayude a cambiar un poco la cabeza. De esta manera podemos sacar más fruto de la oración. En el momento del examen, escribir ayuda mucho, porque organiza y nos mantiene enfocados.

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