“EL SUEÑO DEL SEÑOR DIOS”


El Señor Dios gastó toda la eternidad en tener un sueño para cada uno de nosotros. Este fue el origen de nuestra esperanza.

Mirada desde Dios, la esperanza es el deseo que Él tiene de que su sueño se cumpla en nosotros. Realmente Dios está preocupado porque esto se realice. De ninguna manera le da lo mismo que su sueño se cumpla o no. Casi me animaría a decir que la felicidad de Dios depende de que nosotros realicemos el proyecto para el cual nos creó. Al menos se siente profundamente dolorido cuando fracasa, cuando lo defraudamos.

Para nosotros, en cambio, la esperanza es la fe de que el Señor Dios tiene un sueño para mí y para cada uno de nosotros. Mi esperanza no anida en mí mismo, sino en las manos de Dios. Por eso es indestructible. Sólo nosotros somos capaces de anularla cuando nos apartamos de Dios y ya no nos preocupamos de su proyecto, sino por los nuestros. Por nuestros sueños personales.

Cuando el Señor Dios sueña, no se queda quieto. De hecho Dios nunca está quieto. Él viene creando desde toda la eternidad. Es su forma de descansar.

Para que se cumpla en nosotros su voluntad, se dedica a preparar todo lo que vamos a necesitar en nuestra vida, a fin de que su esperanza no quede frustrada. Se dedica a enriquecer la geografía donde vamos a nacer, y aquella otra a la que seremos trasplantados. Nosotros no tenemos ni siquiera una idea de todo el cariño que pone Tata Dios en preparar lo nuestro. El mismo arregla, carpe[1], limpia y dispone la tierra donde nos tocará sembrar nuestro .

Porque es lo único que el Señor no ha querido hacer por sí mismo: decir el que nos toca a nosotros. Ese que en definitiva es también regalo de Él, pero que desea vernos sembrar a nosotros.

Claro que Dios tiene tiempo. Nosotros vivimos un tiempo limitado, que arranca cuando nacemos, y termina visiblemente cuando nos morimos. En cambio Dios se maneja con la historia. Él puede prever las cosas desde muchísimo antes, y normalmente se adelante en generaciones a nosotros. Cuando nosotros todavía no entendemos nada, Él ya tiene clarito el para qué de lo que está sucediendo. Conoce toda nuestra vida porque la soñó Él mismo de antemano. Tenemos que tenerle confianza.

Pero aquí está justamente el problema: ¿Cómo hacer para tenerle confianza a Tata Dios, cuando todo nos parece incomprensible y absurdo? Porque es realmente duro vivir ciertos momentos de nuestra existencia sin comprender el para qué de los acontecimientos. Se necesita un gran amor a Dios para tenerle confianza.

Afortunadamente no somos nosotros los primeros en recorrer estos caminos. Otros nos han precedido ya, y nos han dejado las señales. Son duras las exigencias del amor, pero han sido muchos los que han amado, y al final el Señor Dios no los ha defraudado. Releyendo sus vidas y rastreando sus huellas, también nosotros podremos cumplir el sueño de Dios, que en definitiva se identifica con nuestra propia felicidad.

Extraido de Menapace, Mamerto. “Las exigencias del amor”, Buenos Aires, Patria Grande, 1996, pág. 7 a 9.


[1] Carpir: Limpiar o escardar la tierra, quitando la hierba inútil o perjudicial.

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