Martes Santo...

…Serás la luz de las naciones…

El Siervo , en el segundo «canto» de Isaías es llamado por Dios desde el seno de su madre , con una elección gratuita, para que cumpla su proyecto de salvación.
Dos comparaciones describen al Siervo: será como una espada, porque tendrá una palabra eficaz, y será como una flecha, que el arquero guarda en su aljaba, para lanzarla en el momento oportuno. La misión que Dios le encomienda es, reunir a Israel y ser luz de las naciones para que la salvación de Dios llegue hasta el confín de la tierra.

En este segundo canto aparece ya el contrapunto de la oposición. El Siervo, no tendrá éxitos fáciles y más bien sufrirá momentos de desánimo. Lo salvará la confianza en Dios. Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y salvar a todos.

En el contexto de esas palabras del profeta, se entiende el relato del Evangelio de hoy. Jesús anuncia a los discípulos que uno de ellos lo traicionará. Pero esa traición no será ocasión de muerte sino de vida. La traición será el momento de la glorificación de Jesús.
La intimidad, la traición instantánea y la traición diferida, se dan cita en esta cena que anticipa el final. Judas lo traicionará deliberadamente, participa del alimento del Maestro, pero no comparte su vida, no resiste la fuerza de su mirada. Por eso "sale inmediatamente". No sabe y no puede responder al amor que recibe.

Pedro también lo traicionará; no ha entendido que no se deja amar, ni tampoco deja amar : quiere que Jesús no muestre el amor por todos los hombres. No comprende el sentido de la muerte de Jesús. Seguir a Jesús no consiste en dar la vida por Él, sino en darla con Él, Jesús que muere por todos los hombres. También sus otros seguidores traicionarán su confianza huyendo al verlo detenido y clavado en la cruz.

Sin embargo, Jesús traicionado, permanece fiel. Abandonado por todos, no pierde su confianza en el Padre: «ahora es glorificado el Hijo del Hombre... pronto lo glorificará Dios».
Jesús entre contradicciones, nos muestra que cuando una obra está marcada con la justicia del Padre, éste se encargará de no dejarla morir, pese a las amenazas. Es la fe en su Padre, lo que lleva a Jesús más allá de la traición y la derrota.


En la iglesia de Jesús, hay que acostumbrarse a vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al evangelio. Pero sobre todo, no nos extrañemos, que la traición esté rondando nuestra propia casa. La traición puede generarse en cada uno de nosotros, cuando llegamos a olvidar, lo que motivó cada momento de la vida de Jesús, y lo que lo llevó a la muerte: el amor a todos los hombres.

A nuestra medida, todos llevamos un Judas dentro. Aquél que, suponiendo que está cerca, en realidad, está lejos... o muy lejos de Jesús y de su Evangelio. El que, básicamente, traiciona su amistad, su confianza, su misión. El que se vende al mejor postor porque sólo lo busca por interés.

También a nuestra medida, todos llevamos un Pedro dentro. El de las palabras bonitas, pero todavía superficiales. El que se justifica por pertenecer a un grupo, Iglesia, Parroquia, Congregación, Movimiento, Grupo, pero en el fondo no vive el amor por todos los hombres.
Tan cerca y tan lejos, Judas, Pedro y los demás discípulos que lo abandonan; cada uno según su forma representan esa parte de nosotros que aún necesita convertirse. “Era de noche” dice el Evangelio. Y lo sigue siendo cuando vivimos ahí, porque estamos hechos para cosas mayores.

Quien quiera seguir a Jesús, se tendrá que identificar con el amor, pero no un amor de sólo manifestaciones externas que se agotan, sino un amor como principio e identidad de vida, un amor que no se agota y que significa entrega, comprensión.
En esa noche, “el discípulo que Jesús amaba” , reclina la cabeza sobre el pecho de Jesús. Es un signo del conocimiento íntimo y profundo, del amor y la entrega, de la necesidad y la confianza.


Ante la posibilidad de nuestra fragilidad se nos invita a vivir cerca del corazón de Jesús. Este debe ser también nuestro hogar. Llega la “hora” de Dios, dejémonos empapar de su eterna ternura y veamos toda la realidad, las personas, los acontecimientos, con los ojos y el corazón del siervo, que da su vida por todos y cada uno de los hombres.

Para discernir

¿Hasta donde doy mi vida por el Señor?
¿Pretendo méritos personales que justifiquen mi amistad y el amor de Jesús?
¿Qué significa su pasión?
¿Me dejo salvar por Jesús?

(Texto enviado por la Vicaría Pastoral del Arzobispado de Buenos Aires)

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