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LLAMADOS A SER TESTIGOS DEL CRUCIFICADO Y RESUCITADO

Entramos a la semana santa y la celebramos en un contexto y realidad particular que nos invita a preguntarnos y responder con seriedad y profundidad estas preguntas: ¿Quién es Cristo para mí?, ¿Soy Cristo para los demás?, ¿Son los demás Cristo para mí?

Ignacio de Loyola en la experiencia de los Ejercicios Espirituales nos invita a hacernos presentes a los misterios de la pasión de Jesús y a fijarnos y poner nuestra mirada en la persona de Jesús doliente y sufriente, y considerar lo que Cristo Nuestro Señor padece en la humanidad o quiere padecer, según el hecho de la vida de Jesús que se contempla…y preguntarnos qué debo yo hacer y padecer por él.

El desafío y reto que tenemos es acompañar y estar cerca a Jesús y por tanto acompañar y estar cerca a los Cristos dolientes y sufrientes hoy. La tentación que nos asalta tanto de forma agresiva como sutil, es a huir y evitar toda situación que sea dolorosa y produzca cualquier tipo de sufrimiento en nuestra vida. Ante Cristo crucificado estamos llamados a situarnos frente al dolor y a aprender a acompañar y estar al lado de los que sufren más hoy. El dolor no es neutral. Hay que optar frente a él. Constatamos que existe un dolor cotidiano que nace de nuestras propias limitaciones y contingencias, y otro dolor causado y provocado por situaciones inhumanas de injusticia y de toda clase de violencia y que tiene causantes.

Vivimos en tensión entre lo que somos y lo que deseamos ser, entre lo que queremos hacer y lo que de hecho hacemos, y sentimos impotencia ante una realidad que no podemos cambiar. Este dolor se expresa en tristeza, miedo, aburrimiento, asco y ausencia de Dios, como sufrió Jesús en Getsemaní (Lucas 22,39-46).

Acompañar a Jesús en su dolor y en su pasión es propio del discípulo. Jesús estuvo siempre dispuesto a salir de si mismo frente a la necesidad y sufrimiento de los demás, especialmente de los pobres, enfermos, viudas, desposeídos y excluidos de su tiempo. Jesús siente y tiene compasión frente al hambre de la gente, se conmueve frente al dolor, acoge a los rechazados y se identifica con aquellos que más padecen todo clase de sufrimiento.

El seguimiento de Jesús pasa por la realidad de la cruz. El auténtico seguimiento tiene que ser lúcido y realista, pues significa seguir a Jesús pobre y humilde en el servicio y entrega solidaria a los pobres y humildes de nuestro pueblo.

El miedo frente a la realidad de la cruz nos puede paralizar. Jesús vivió la cruz en toda su desnudez y abandono. Experimentó en su propia existencia la palabra que dijo a sus discípulos: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no produce fruto (Juan 12,24-25).

Pero la vida de Jesús no termina en la muerte, sino que Jesús triunfa sobre la muerte y resucita. Por eso nosotros estamos llamados a ser testigos del crucificado y del resucitado, considerando que el resucitado es el crucificado y que el crucificado resucita.

Feliz pascua de resurrección
Benjamín Crespo, S.J.
Director de Pastoral

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